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Armando Ruiz, Domingo Cuadra, Ernesto Orío y José Francisco Ruiz, a la entrada de la ermita restaurada. :: M.f.
Santo Domingo vuelve a relucir

Santo Domingo vuelve a relucir

El trabajo 'a vereda' de los vecinos consigue concluir la remodelación de la ermita en la Villa de Ocón

MARÍA FÉLEZ

Lunes, 12 de septiembre 2016, 23:32

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Todo nació de un paseo por los verdes valles de Ocón. Paco Ruiz buscaba las mejores vistas de La Villa de Ocón cuando, oculta bajo decenas de húmedas piedras y cuatro chopos centenarios, se encontró con la destartalada ermita de Santo Domingo de Silos. Intentó eliminar la maleza de la zona, pero pronto se dio cuenta de que aquello no iba a ser suficiente. La belleza del humilde edificio casi ni se atisbaba. Estudioso de las formas de vida de antaño, Ruiz decidió hablar a los vecinos de La Villa de Ocón del trabajo 'a vereda'. Muchos lo recordaban de cuando eran críos, otros ni siquiera lo habían conocido. «Se trataba de realizar un servicio -entonces obligatorio- en labores de carácter municipal como limpiar caminos, abrir zanjas o construir acequias para paliar el déficit de presupuesto de los humildes ayuntamientos de entonces», explica.

Así, desde hace varios veranos, la ermita de Santo Domingo de Silos recibe con los brazos abiertos a una 'cuadrilla' en la que cada cual pone su granito de arena.

Los primeros años fueron los más complicados. La labor que había era ardua. El terreno superior se venía encima y la ermita estaba a punto de quedar enterrada bajo las piedras que caían de la ladera. Poco a poco, con las manos sabias de los que han trabajado toda la vida y ahora sólo quieren disfrutar de la tranquilidad, la ermita fue cogiendo forma.

El año pasado se repararon las goteras y se retejó, se arregló con sumo mimo la fachada y se comenzó con el pórtico. «El verano no da para mucho pero lo aprovechamos al máximo», comentan Armando Ruiz y Domingo Cuadra.

Este año otra vez, cada mañana han estado acudiendo al enclave. Después de echar hormigón al suelo han vuelto a recolocar los adoquines que lo formaban. «Ahora estamos en el trabajo más delicado: colocar baldosines, mejorar detalles», dice Ernesto Orío, orgulloso de dar una nueva oportunidad a este pequeño tesoro de la localidad y pensando ya en su nuevo proyecto.

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