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cultura

Raíces riojanas de una cantante universal

LARIOJA.COM

Martes, 19 de junio 2012, 13:39

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Entre las joyas de la memoria de Inestrillas está Raquel Meller, una de las artistas internacionales más genuinas que brilló con luz propia en los comienzos del siglo XX. Bautizada como Francisca Marqués López en 1888, su vinculación con la localidad riojabajeña entronca con el origen de su madre Isabel. Aunque su padre era natural de Añón (Zaragoza), la familia residía en Inestrillas. A pesar de que su madre se trasladó a casa de una tía en Tarazona procurando una mejor asistencia en el parto, la recién nacida y su madre regresaron de inmediato a Inestrillas donde 'Paquita' creció y compartió experiencias de infancia con amigos como Valeriano Lalinde o Fidela Vallejo, informa José Angel Lalinde.

Las circunstancias familiares les obligaron a emigrar a Barcelona, y allí quedó 'Paquita' al cuidado de una tía monja en el convento de Santa Clara. Pronto descubrió que la vida religiosa no era lo suyo, de modo que la adolescente optó por trabajar en un taller de costura con una clientela compuesta por cupletistas, cortesanas y otras 'exitosas' mujeres que avivaron las ansias de fama de la joven hasta que debutó como cupletistas en 1908 en 'La Gran Peña', un modesto salón donde comenzó a llamarse La Bella Raquel. Para 1911 ya había adoptado el nombre de Raquel Meller, quizás en recuerdo de un fugaz romance con un caballero alemán.

Fama, arte y admiración

Su juventud y su belleza le ayudaron a despuntar en el mundo del espectáculo. Con el apoyo del maestro Padilla, que puso en su boca canciones internacionalmente famosas como El Relicario o La Violetera, los mejores teatros de Barcelona fueron abriéndole sus puertas hasta consagrarla como La reina del cuplé. Esa fue la primera escala de una carrera de éxitos ante la que se rindieron las mejores casas discográficas, los diseñadores de mayor prestigio y las principales capitales del mundo. Su belleza cautivó a una legión de admiradores entre los que se contaban banqueros, políticos, miembros de la nobleza e incluso el mismo Alfonso XIII. Quien finalmente se convirtió en su marido fue Enrique Gómez Carillo en 1919. Un matrimonio fugaz que acabó en 1922, el mismo año en el que pasó al cine para rodar Arlequines de oro y seda. El preludio de una trayectoria cinematográfica alrededor del mundo entre cuyos títulos destaca Gitana blanca, Carmen o Violetas imperiales.

Estados Unidos y personajes como Charles Chaplin también disfrutaron de su arte. La guerra civil le sorprendió en España y se refugió en Francia antes de partir hacia Argentina y regresar a Barcelona al final del conflicto para casarse con el francés Demon Sayac, otra unión fallida que sólo duró cuatro años.

Las luces de la fama fueron poco a poco apagándose. El nombre de Raquel Meller seguía sonando junto a los de Mistinguette o Chevalier, pero la muerte de su madre supuso un punto de inflexión en su carrera. Corría 1943, y aunque su voz seguía cotizando al alza, su entusiasmo y su lozanía declinaban. En 1946 reapareció en Barcelona para participar en una revista que pasó con más pena que gloria mientras otras artistas más jóvenes iban ganando el terreno en el que ella había reinado.

Raquel Meller adoptó dos hijos de los que que nada se sabe antes de morir en el Hospital de la Cruz Roja de Barcelona el 26 de julio de 1962, a los 74 años. Desde su muerte, no han sido pocos los homenajes, recuerdos y biografías sobre una figura cuyas raíces siguen clavadas en Inestrillas.

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