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El horror de la guerra
CRÍTICA DE CINE

El horror de la guerra

JOSÉ MANUEL LEÓN MELIÁ

Domingo, 22 de noviembre 2009, 01:55

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E s de agradecer encontrar en la cartelera una película escrita y dirigida por Danis Tanovic, ganador de un Oscar por la surrealista fábula, . Ahora nos aproxima a las consecuencias de la guerra, en este caso del Kurdistán, en , una curiosa coproducción en la que participa capital español y en su reparto se encuentra la actriz Paz Vega, que interpreta a Elena, esposa del fotógrafo Mark, encarnado por Colin Farrell, la gran estrella del largometraje, coqueteando con Christopher Lee.

Los primeros minutos narran las experiencias de dos reporteros gráficos en medio del conflicto bélico kurdo. Son amigos y los puntos de vista sobre los que disparan sus máquinas son diferentes. Mark persigue la crueldad y el salvajismo. David (Jaime Sives) el enfoque humano, poético y simbólico. Sus instantáneas decoran las paredes de su casa; las de Mark son tan brutales que mejor esconder la crudeza y el hiperrealismo de su mirada.

Esta manera profesional y personal de captar las consecuencias espantosas de cualquier expresión militar encuentra el desgarro más insoportable en la larga secuencia que acontece en un improvisado hospital de campaña en el interior de una cueva de las montañas del Kurdistán. En medio del fragor quedan definidas las posturas de Mark y David. Su estética y moralidad difieren. Mark busca la mutilación y los cuerpos desmembrados. David la tragedia. Mark penetra en el horrendo sanatorio y capta los prolegómenos de la muerte de heridos que no tienen solución. El único cirujano analiza los cuerpos destrozados o mutilados y les coloca una cartulina azul o amarilla. Azul significa que no hay remedio. Todos los soldados moribundos con este color son sacados en camilla fuera y el propio médico los ejecuta de un tiro en la cabeza para no perder tiempo y dedicarse a sanar a aquellos que tienen posibilidades y que en sus pechos figura el color amarillo. Todo este ritual es fotografiado por Mark, sabedor que el salvajismo y los detalles inhumanos tienen un precio y se venden bien. En cambio David, harto de tanta sangre, quiere regresar a casa, para estar al lado de su mujer, a punto de parir.

A partir de aquí, los dos compañeros (es una historia sobre la amistad) deciden separarse. El relato da un giro y Mark vuelve a Londres hecho una piltrafa y con secuelas psicológicas. Es el momento de interiorizar el dolor y batallar con sentimientos terribles y experiencias desdichadas (explicadas en flash backs) que martirizan al protagonista por la fatalidad del destino. El trauma y el silencio de la verdad ofrecen a Danis Tanovic la cobertura para reflexionar sobre la barbarie de la guerra y sus daños colaterales.

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