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J.S.
Domingo, 9 de agosto 2009, 14:03
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A mediados del siglo XX, en Valleseco, pueblecito del interior de la isla de Gran Canaria en el que las tardes suelen cubrirse de nubes empujadas por los alisios, Félix, niño con ojos de artista, contempla desde la ventana de casa de su abuela el frecuente desfile de paraguas que regresa del cementerio de acompañar el cortejo fúnebre de algún vecino. El niño Félix distingue entonces lágrimas entre las gotas de lluvia.
A principios del siglo XXI, en Santa Lucía, pueblecito del riojano valle de Ocón en el que las tardes veraniegas suelen cubrirse de nubes de tormenta, Félix, abuelo ya, pero con los mismos ojos de artista -y también ya las manos-, contempla desde la ventana de su propia casa, junto a Rosa, su mujer, el desfile anual de vecinos y visitantes, que, también provistos de paraguas, recorren las calles y los campos contemplando las intervenciones artísticas que han realizado sus invitados...
Aquel recuerdo infantil inspiró al escultor canario-riojano Félix Reyes su obra , un gran conjunto de pequeñas figuras humanas, la mayoría con paraguas, dedicado a las víctimas de los atentados del 11M y a las posteriores manifestaciones ciudadanas. Aquel recuerdo se parecía mucho a la estampa de ayer en Santa Lucía; pero no se trataba de ningún entierro, sino de una fiesta, la inauguración de la séptima edición de .
La muestra de que impulsó Reyes en el 2003 y que coordina anualmente ha reunido en esta ocasión obras muy diferentes de cinco creadores que, desde puntos de partida bien distantes y realizaciones totalmente diversas, han alcanzado una colección cohesionada y profundamente poética. Carolina Martínez, María Gutiérrez-Solana, Alfredo Omaña, Emilia Fernández y Fernando Rubio han enterrado su semilla en el huerto de Reyes y lo han dotado de una renovada significación.
Después de cinco excelentes primeras cosechas y una sexta algo más floja, y el propio Reyes parecían haber dado de sí a este loco experimento todo cuanto podían. El campo, algo descuidado por los patrocinadores del evento, parecía necesitar un tiempo de barbecho. Un camposanto. Pero entre todos han vuelto a remover la tierra, la han regado y abonado y ella ha vuelto a ser generosa en frutos irrepetibles.
Ayer el cielo parecía de entierro sobre Santa Lucía, pero el desfile que vivió el pueblo de los escultores de paisajes fue de fiesta, de siembra y recolecta. Como una nueva manifestación de paraguas, feliz esta vez, erigida por Félix Reyes por manos de otros.
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