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ANÁLISIS

Material inflamable

ANDREA GREPPI

Miércoles, 10 de diciembre 2008, 01:26

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L a primera reacción ante las imágenes que nos llegan desde Grecia es de estupor: ¿cómo es posible? La segunda, de sorpresa: ¿por qué? y ¿por qué precisamente hoy y en Grecia? La tercera, ya más reposada, es de desconcierto: ¿qué sentido tiene lo que está pasando? Y como las informaciones que llegan desde allí son escasas, genéricas y difíciles de interpretar, porque de ninguna forma explican la rapidez con que se han extendido y la virulencia de las protestas, resulta inevitable acudir a la comparación con sucesos análogos ocurridos en otros países europeos. ¿Hay una matriz común o un contexto compartido?

Los medios nacionales y extranjeros buscan elementos objetivos para situar la noticia: el paro, los salarios, los índices de pobreza o el cambio en las estructuras sociales del trabajo y la familia. Pero ninguno de estos factores parece, por sí solo, suficiente. Alguien diría entonces que se trata de violencia gratuita, sin sentido. Una manifestación más, irracional y aleatoria, del difuso malestar que se percibe en sociedades modernas y avanzadas, pero inmersas, todavía hoy, en procesos de modernización acelerada. Pero no es exactamente así, porque la violencia no se expresa de forma del todo casual y, por el contrario, se dirige selectivamente hacia objetivos que pueden cobrar cierto valor simbólico.

En éste como en otros casos similares hay un rasgo compartido que sobresale por encima de los demás y es el hecho de que nos encontramos ante 'revueltas sin argumentos'. Revueltas que evocan el fantasma de los motines premodernos, de las revueltas por el pan, que abrían las puertas de la ciudad al tirano que supiera domarlas; pero que nos enfrentan también a la cuestión del persistente déficit de representatividad de instituciones democráticas, las cuales, por lo demás, cumplen aceptablemente los estándares de calidad democrática. Incidentes como los de Grecia nos dejan la imagen descorazonadora de una sociedad que no es capaz de articular sus descontentos. Una sociedad que no expresa con palabras sus expectativas de futuro. Es perfectamente natural que este tipo de malestar se proyecte sobre las instituciones educativas. Y es que esas instituciones, por lo que tienen de futuro, son un material altamente inflamable.

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