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MARCELINO IZQUIERDO
Lunes, 25 de agosto 2008, 10:47
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Hablar de guerrilla es hablar de la derrota de Napoleón a manos de un mito popular tan acendrado como complejo. Si bien es cierto que el movimiento guerrillero fue clave a la hora de decantar la Guerra de la Independencia del lado español, no es menos cierto que su utilización política, social y cultural ha magnificado la leyenda. La Rioja, como el resto del país, no fue ajena a este fenómeno bélico que, dentro de la historia moderna, tuvo su génesis en la Península Ibérica.
Ya en el verano de 1808, tras las derrotas sufridas por las huestes hispanas en Logroño o Fuenmayor, fueron formándose variopintos núcleos de resistencia a las tropas napoleónicas, sobre todo en las comarcas de más difícil acceso -zonas montañosas-, lejos de la cuenca del Ebro.
Luchaban sin conexión, sin orden ni concierto, rivalizando los unos con los otros y comprometiendo a los vecinos de los pueblos por donde pasaban. Y es que muchas de estas guerrillas funcionaban más como partidas de bandoleros que como milicianos. Para poder subsistir, robaban, extorsionaban u obligaban a los vecinos a participar en onerosas derramas.
Esta aparente anarquía, sin embargo, unida a la colaboración -no sin sufrimiento-, del pueblo llano, permitió a la guerrilla constituirse en un elemento casi intangible para el todopoderoso ejército del emperador.
Entre los muchos guerrilleros que se sublevaron contra el francés en nuestra región, destaca sobremanera Ignacio Alonso Cuevillas, un intrépido cerverano que arrastró al monte a toda su familia y supo arroparse de valerosos colaboradores como Martín Zurbano o Jacobo Álvarez.
Pero Cuevillas, su mujer y sus hijos merecen un capítulo aparte en esta serie de reportajes que trata de analizar y divulgar la Guerra de la Independencia desde la perspectiva riojana.
La guerrilla estaba formada por un heterogéneo grupo de españoles, desde jóvenes hasta jubilados, incluso por alguna mujer que se negaba a abandonar a su familia. Entre las profesiones, además de militares alejados de sus regimientos los había clérigos, labradores, licenciados, pintores, carpinteros, pastores.
Muchos dejaron sus anteriores oficios para dedicarse a la profesión castrense, incluso después de la guerra, lo que obligaría a un enorme esfuerzo de integración al Ejército. Parte de este carácter individualista y temerario quedaría impreso en el espíritu militar español, según el catedrático en Historia Sánchez Mantero.
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