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SUSTO. El diestro arnedano fue volteado por el primer toro de su lote. / DIRAIO VASCO
El corazón indomable de Diego Urdiales
SOCIEDAD

El corazón indomable de Diego Urdiales

Diego Urdiales corta una oreja en San Sebastián y demuestra ante dos victorinos fieros y exigentes que es un torero de una pieza tras lograr sendas faenas importantes y recibir una tremenda voltereta

PABLO G. MANCHA

Lunes, 18 de agosto 2008, 02:51

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Diego Urdiales paseó en Illumbe su corazón indomable de torero; el alma sensible de un artista que cuando las circunstancias lo imponen rebusca el pálpito del héroe, ese jugarse la vida sin aspavientos, sin alaracas, todo por un sueño: ser torero, disfrutar templando las embestidas y hacer crepitar el alma dura y sensible de los aficionados pasándose las fieras embestidas de dos victorinos de verdad por la faja, rozando una y otra vez la taleguilla, como ayer en San Sebastián, donde dejó el aroma y el sentimiento de un torero hondo y honesto que traza la tauromaquia con singular pureza, sin un truco, sin manidas estrategias.

Cortó una oreja de ley, de torero de verdad, al primer albaserrada de la tarde, un animal encastado que no terminaba de humillar y que encima se revolvía en cada lance. Y ahí surgió un Diego Urdiales sereno y ambicioso que fue rebuscando a base de colocación y distancia el único espacio por donde el toro le podía obedecer. La faena tuvo la virtud de ir ganando en intensidad a medida de que el torero arnedano iba pisando terrenos más y más comprometidos. Al rematar un lance, el toro le tiró un derrote seco y le propinó una tremenda voltereta. Ya en el suelo, volvió a hacer por él y le lanzó por los aires como desmadejado. Se pensó en lo peor, pero Diego, a pesar de estar conmocionado, volvió a la cara sin mirarse y lo mató de una estocada en la que se tiró con toda su alma. Los pañuelos brotaron al unísono. Una oreja, pero más allá de la fría dimensión numérica, se había visto un torero de una pieza que venía a San Sebastián decidido a por el triunfo.

En el sexto, uno de esos clásicos astados de papada degollada y acodada cornamenta, dio los mejores lances de la tarde en una serie de cinco verónicas templadísimas, dictadas al ralentí y ganando terreno entre pase y pase. La plaza se las cantó con clamor y su picador Manuel Bernal se sumó a la fiesta con dos excelentes puyazos. El toro, sin embargo, se vencía peligrosamente por el pitón derecho y en el primer muletazo estuvo a punto de arrollar a Diego. Sacó la izquierda, se lo llevó al mismo platillo y allí le plantó pelea con una firmeza colosal, con las zapatillas asentadas y ofreciendo todas las ventajas al dificultoso animal. Volvió con la derecha, totalmente cruzado con la embestida, y fue capaz de robar algún lance inaudito, ligando con alguno de pecho muy lento. No tuvo suerte con la espada y perdió la segunda oreja tras una de las actuaciones más serias de esta feria, una tarde redonda en la que dejó patente su indomable coraje.

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