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LOCO POR INCORDIAR

Viva la esgrima

PÍO GARCÍA

Lunes, 11 de agosto 2008, 02:29

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AYER, a las dos de la tarde, dejé a mi familia sentada a la mesa, con el primer plato humeante ya sobre el mantel y el vino repartido en los vasos. Me levanté sin hacer mucho ruido y me escabullí con aire despistado, como quien ha olvidado algo y no sabe dónde encontrarlo. En cuanto vi que mi estrategia había funcionado y que nadie reparaba demasiado en mi ausencia, encendí la televisión más escondida de mi casa y me puse a ver, con la clandestinidad de un asesino, un partido de esgrima.

Estas ventoleras sólo me dan cada cuatro años. Sé que es un afán algo pueril y que tampoco es una conducta muy racional: de hecho, plantificado ante el televisor, veía las acciones del esgrimidor español como dibujos de un arcano: si no llega a ser por el dispositivo electrónico que zumbaba cuando el uno tocaba al otro, habría podido ver el combate completo sin enterarme de quién ganaba o quién perdía. Me dio por pensar que el esgrima sería más vistoso -y a todas luces más claro- si los contendientes fueran a cuerpo descubierto y los duelos tuvieran lugar, como decían los antiguos, a primera sangre. Qué quieren que le haga: de vez en cuando, pensar en chorradas es muy liberador.

El caso es que me quedé casi sin comer por ver un partido (¿se podrá decir así?) de esgrima. Cuando volví a la mesa, excusé mi tardanza, fingí que había visitado el váter y puse cara de haber sufrido mil trances y dificultades intestinales, pero me traicionaron los ojillos de felicidad. «Hemos ganado otra medalla», exclamé. Y todos me miraron como a un bicho raro.

Lo gordo es que mi cerebro sabe que tienen razón. Y que además los Juegos Olímpicos son en China que es una dictadura y está lo del Tíbet y la farsa de la fraternidad universal. Y sí. Vale. Pero no descarto madrugar hoy para meterme entre pecho y espalda un partido de hockey femenino. O de bádminton. Volveré a pensar el día 24. Hasta entonces, adiós.

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