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Enrique Bañuelos, durante una rueda de prensa. / DANIEL G. LÓPEZ
Deprisa, deprisa...
Economia

Deprisa, deprisa...

ALBERTO CAPARRÓS

Domingo, 5 de agosto 2007, 14:14

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El éxito fulgurante -aunque efímero- de Enrique Bañuelos de Castro (Sagunto, 1963) se basó en hacer partícipes a accionistas minoritarios del auge del sector inmobiliario. Paradójicamente, la 'especulación' acabó devorando a la gallina de los huevos de oro en el parqué. Así lo ha reconocido el fundador y hasta hace apenas dos semanas presidente de Astroc, la empresa que creó de la nada, elevó al firmamento bursátil y ha acabado por convertirse en símbolo del pinchazo de la tan temida 'burbuja inmobiliaria'.

El de Bañuelos es el retrato del emprendedor de corte clásico. Huérfano de padre desde los nueve años -su progenitor murió en un accidente laboral-, comenzó su carrera como vendedor de miel. Siete años más tarde, con apenas veinticinco y la licenciatura de Derecho, comenzó a probar el dulce sabor del éxito empresarial. El mismo que tres lustros después se ha tornado agrio, aunque con una fortuna en la cuenta corriente. Su sueño, sin embargo, se ha esfumado.

Bañuelos, el mismo que estableció su residencia en Nueva York, pretendía instalarse en el selecto grupo de empresarios que configuran el círculo de poder en la sombra. No escatimó esfuerzos para ello, ni profesionales, ni de otro tipo. Estos días se cumple un año de la ostentosa celebración que organizó en el castillo de Benidat en Calvià, donde congregó a más de un millar de invitados, entre ellos, algunas de las personalidades más influyentes de España.

Enrique Bañuelos era capaz de una fiesta así, como fue capaz -y eso era más complicado- de organizar una paella para 20.000 personas en pleno corazón de Manhattan con el objetivo de promocionar su empresa. Bañuelos hizo trasladar de Valencia a Nueva York los ingredientes del plato, mientras esperaba levantar en esta ciudad cuatro rascacielos. Su afán para aparecer junto a lo más granado de los ámbitos empresarial y cultural le condujo a la mismísima Casa Blanca. Allí acudió a una recepción ofrecida por George Bush, con el Príncipe de Asturias como invitado de honor.

Enamoró a los mercados

El hombre de las 522.000 entradas en el buscador Google supo ver antes que otros las oportunidades del sector inmobiliario y subió a la cresta de la ola que años más tarde le ha engullido. El origen de su fortuna se remonta a finales del siglo pasado. Su inmobiliaria, Terra Canet, le permitió construir en los terrenos donde había jugueteado de pequeño.

Desde aquellas cinco mil viviendas forjó su particular imperio, con el que llegó a urbanizar cerca de dieciocho millones de metros cuadrados. De ahí a la salida a bolsa, en mayo del 2006. Enamoró a los mercados y la acción de Astroc -denominación extraída del baile de letras de Castro, el apellido de su madre- subió como la espuma. Antes de que la química hiciera el resto con el conocido efecto gaseosa, Bañuelos entró en marzo de este mismo año en la lista Forbes de los hombres más ricos del planeta -en el puesto 95 y con la tercera fortuna de España-.

Los días de vinos y rosas de Bañuelos estaban cerca de pasar a la historia, aunque para entonces su riqueza personal estaba valorada en más de diez mil millones de dólares (7.700 millones de euros). Las ansias del que fuera vendedor de miel en su pueblo por alcanzar mayores cotas de poder le condujeron a operaciones que el mercado sancionó fuertemente, al mismo tiempo que el ciclo inmobiliario daba sus primeros síntomas de agotamiento.

Así, el 18 de abril entró en erupción el volcán bursátil. Comenzaba el descalabro de Astroc. De valor estrella a valor estrellado, la inmobiliaria debutó en bolsa en mayo del 2006, a 6,4 euros por título y fue el valor estrella del año, con una revalorización del 1.000%. Sin embargo, la caída fue tan acentuada que de la empresa ahora solo queda el nombre, aunque el honor concedido por su hijo a la señora Castro tiene los días contados, porque de Astroc no va a quedar ni el nombre. Bastaron unas informaciones periodísticas acerca de la auditoría de la firma para que el mercado se pusiera a temblar. El resto -batacazo incluido- ya está sobradamente glo- sado.

Ahora, por lo pronto, el abandono de la presidencia de Bañuelos -avanzado en la última junta general de accionistas- ha revalorizado los títulos de la compañía. Demasiado tarde para los minoritarios que compraron a 72 euros y ahora sus acciones valen poco más de doce. El asunto, no obstante, se dirimirá en la Audiencia Nacional, parada y fonda en la carrera del emprendedor valenciano, ante la que un grupo de accionistas le ha denunciado por un presunto delito de alteración del valor de las cosas.

De valores Bañuelos entiende un rato. De momento mantendrá su participación en Astroc, donde cuenta con el 31% de las acciones, y tras el descanso de rigor en agosto -está casado y tiene dos hijas- prevé retomar la actividad desde su empresa matriz, CV Capital. En el sector inmobiliario o en cualquier otro y con el punto de mira en los mercados internacionales.

La Fundación Astroc

Por otra parte, el futuro de la Fundación Astroc, parte del ambicioso proyecto del empresario valenciano, se ha visto afectado también por el descalabro de la compañía, al menos temporalmente. Creada el 22 de diciembre del 2003 en Valencia, abrió sedes en Valencia, Madrid, Palma de Mallorca y Nueva York (esta última vendida recientemente, a la vista de las circunstancias). La Fundación estableció acuerdos de colaboración con ARCO, PhotoEspaña, el IVAM, el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares y promovía un equipo de balonmano en Sagunto. Sin renunciar a sus aspiraciones culturales, ya en fechas recientes se desvinculó del IVAM -Instituto Valenciano de Arte Moderno- y se desprendió del equipo justificando la decisión por el deseo de evitar posibles malentendidos políticos, ya que, efectivamente, se habían buscado conexiones que no se encontraban entre los objetivos de la Fundación, de financiación propia y creada sin apoyos políticos.

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